sábado, 5 de enero de 2013

Identidad


¿Quién soy? ¿quiénes somos? ¿soy siempre el mismo? ¿necesito saber quién soy? ¿soy lo que quiero ser o soy lo que otros necesitan que yo sea?

La palabra identidad proviene del latín idem que significa lo mismo (lo que se repite siempre igual). Parecería que para responder la pregunta acerca de nuestra identidad, deberíamos encontrar algo inmutable en nosotros, algo que no cambia nunca, pero ¿se puede pensar la identidad así en el mundo de hoy?, ¿se puede encontrar algo que no cambie en un mundo dónde todo cambia? Tal vez una identidad estable nos brinde un poco más de seguridad y nos ayude a entender quiénes somos, pero, también, tal vez, nos asfixie y nos condene a abandonar la búsqueda, ¿o alguien cree que la pregunta por la identidad tiene respuesta?

El principio de identidad es uno de los principios que la filosofía occidental ha postulado para ordenar lo real, el mundo que nos rodea. La identidad nos asegura que cada entidad es idéntica a sí misma, osea, que cada cosa es lo que es, y no es otra cosa. La identidad es lo que define la naturaleza o esencia de cualquier entidad, sea una cosa, una persona o un grupo, esta naturaleza puede ser reconocida por sí misma sin considerar sus elementos accidentales.

Por ejemplo: yo soy yo, y esto define mi identidad (es lo que no cambia), mientras que resulta secundaria la ropa que utilizo, el color de mis greñas o las diferencias con el resto de mis compañeros de clase, no es que no sean importantes pero en términos absolutos, habría como un Yo en mí mismo, totalmente independiente de otros factores accidentales como el color de mi cabello, mis dientes, mis ideologías, mi religión, mis prácticas de consumo o de cualquier otro factor accidental. A esta forma tradicional de pensar la identidad se le llama con el nombre de esencialismo. Una esencia es por definición, aquello que hace que algo sea lo que es y no otra cosa, algo que se mantiene sin cambiar mientras todo el resto puede modificarse, ¿qué es lo que nunca cambia de mí y que podemos, por ello, considerar mi esencia? La respuesta fácil sería separar en mi, mis ropajes de mi esencia, es decir, tendríamos por un lado mi vestimenta, mies consumos, mis hobbies, practicas cotidianas, mis costumbres, todo lo que me conecta en fin con mi aquí y ahora. Por otro lado, si descartáramos todas estas características circunstanciales, Yo seguiría siendo Yo, osea, me encontraría supuestamente con mi esencia, con algo más profundo que me define. Y sin embargo, este supuesto Yo desnudo no está todavía inscripto en un aquí y ahora, digamos, todavía Yo tengo un nombre, ¿y no es el nombre también, un producto de la cultura? ¿no hay algo más allá de lo circunstancial, de los accidental que hace a cada persona?
Si la respuesta es sí, estamos hablando de esencias. Si la respuesta es no, se nos empieza a desmoronar un concepto clave del pensamiento occidental, porque si no hay nada más allá de las circunstancias que definan lo que Yo soy, ¿cómo sabría que se trata siempre de mí?

Una esencia es por definición aquello que hace que algo sea lo que es, y no otra cosa.

De todas maneras, el esencialismo tiene problemas más grandes cuando pasamos de pensar identidades individuales a identidades colectivas; como la sexuales, las religiosas, las culturales y las nacionales. 
Una lectura esencialista de la nacionalidad plantea, por ejemplo, que existe un ser nacional, o una mexicanidad con una naturaleza clara y definible, pero en países de una larga tradición étnica e inmigratoria como el nuestro se vuelve realmente difícil saber cuáles son sus características. 
Lo importante es cómo se fundamenta esta idea, porque una cosa es que se puedan identificar ciertos patrones de comportamiento cultural del mexicano y otra cosa es querer justificar una esencia nacional, como si existiese un ADN mexicano por haber nacido en este territorio. En nombre de la esencia mexicana se han excluído y se siguen dejando fuera a muchos mexicanos.
¿Y si lo que denominamos identidad en sentido estricto no existe? O mejor ¿qué pasa si lo que consideramos esencias no son más que construcciones de sentido hechas por el hombre de acuerdo a intereses, procedencias o contextos particulares? ¿qué pasa si pensamos que la idea de esencia responde también a una cuestión de poder?

Esto es, a pretender fijar una idea particular como si fuese una idea verdadera para que nadie pueda modificarla. Qué pasa si cambiamos el fundamento mismo de la identidad y empezamos a pensarla más que como una certeza, como una búsqueda, qué pasa si en vez de preguntarnos ¿quién soy?, nos preguntamos ¿qué voy siendo?, ¿cómo me voy creando mejor a mí mismo? ¿qué pasa si entendemos que todo lo que pensamos como natural, lo que concebimos como naturales, no es más que una construcción de sentido? 

Contingente es un termino que se opone a necesario, la contigencia postula que las cosas siempre pueden ser de otra manera; mientras que la necesariedad sostiene que las cosas de una única manera y así son para siempre. Por ejemplo: es necesario que un triángulo tenga tres ángulos para ser triángulo, pero es contigente que esta computadora con la que estoy escribiendo sea negra, porque podría ser blanca, y seguiría siendo computadora. 
Una identidad contingente subraya el carácter cambiante de lo real, las cosas devienen siempre porque su sentido que es establecido por los hombres cambia siempre. 

Para los antiguos griegos el hombre era un alma encerrada en un cuerpo, mientras que para nosotros, hoy, somos una especia más entre otras de las que habitan este planeta y estamos en constante transformación, pero, ¿hay un ser humano en si, hay una definión de la esencia del hombre o el hombre es un ser contigente que se está transformando o reinventando todo el tiempo?
Hay un filósofo griego llamado Heráclito de Éfeso, que es también conocido como el oscuro, porque de él nos han llegado muchos fragmentos de su obra escrita en un tono enigmático, misterioso, poético. Él decía: “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”, esta frase famosa de Heráclito pasó a la Historia porque representa la vigencia del cambio sobre todas las cosas, ¿qué quiere decir esto? Que nosotros somos como un rio y estamos todo el tiempo cambiando. Cuando tratamos de entender quiénes somos, si somos siempre el mismo, está bueno volver siempre sobre esta frase para darnos cuenta que como un rio, a cada hora, siempre estamos siendo otros.

Lo que concebimos como naturaleza, no es más que una construcción de sentidos.
Si uno está siendo otro todo el tiempo, ¿es cuestión de elegir cada uno la identidad que uno quiere?
Lo contrario al esencialismo no es una sociedad dónde un conjunto de yoés, eligen libremente qué quieren ser a cada hora del día. Esta forma de entender la identidad confunde identidad con consumo. En una sociedad de consumo nuestras identidades culturales están atravesadas por el consumo cultural y las marcas se hubican por encima de los productos, esto hace ingresar a la identidad en el terreno de las estrategias de marketing, ¿pero si somos lo que consumimos, no somos lo que otros quieren que seamos?


La identidad en definitiva, es un texto, es un relato que nos hacemos nosotros mismos, sobre nosotros mismos, nos contamos a todo momento lo que somos. Nos contamos para contarlo.
Cuando el profesor me pregunta sobre quién soy, qué hago y comienzo a hablar de mi mismo, no está poniendo en juego toda su verdad. Lo que hace en parte consciente y en parte no, es combinar una serie de variables que dan como resultado lo que yo soy en este momento. Lo que yo quiero ver de mi mismo, lo que puedo. Lo que hago es interpretarme. Siempre estamos interpretando, recortando, parcializando, somos en el mundo. 

Estamos en un mundo social, cultural, de género, de clase, por eso si estoy todo el tiempo cambiando, resulta fundamental estar abierto a lo que puede inspirarme al cambio, estar abierto a los otros, estar abierto a lo que puede contaminarme,. Una identidad cerrada supone que quede afuera siempre algo que se invisibiliza, lo otro, lo extraño, se vuelve invisible, incompresible o intolerable. La identidad se juega en el terreno de lo propio, y lo propio se consolida encerrándose, amurallándose. Por eso la presencia del otro, la irrupción de lo extraño va desarticulando estas murallas, mostrando que en definitiva, todos somos otros. Nada hay en estado puro en este mundo, todo es mixto; no hay etnias, nacionalidades, religiones que no se vayan constituyendo en el contacto con lo diferente ¿qué mundo en definitiva queremos? ¿un mundo sólo para los semejantes, o un mundo abierto para todos?

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