sábado, 16 de junio de 2012

En espera de...

Cuando vago sin rumbo por blogger, en muchas ocasiones buscando alguna palabra o artículo en especial, llegas a muchos blogs (generalmente administrados por chicas) que contienen muchos detalles de su vida personal. Claro, este viene siendo un perfecto espacio dónde puedes venir a desahogarte, contar tus broncas existenciales, tus nuevos proyectos, amores, desamores, frustraciones, triunfos, fracasos y una larga lista de etcéteras...
A lo que voy es que, son demasiados detalles los que toda esa gente comparte sobre sí mismos (aún escribiendo aquí, sigo de cierta manera en contra de esto) y así es como me sorprendo a mi mismo narrando lo que me sucedió hace casi un par de semanas:
A veces pasa un malandro briago y violento junto a nosotros, se nos queda viendo muy feo, nos reta o mueve las manos entre su ropa de una manera en la que inmediatamente sentimos ese calambrito de adrenalina que viene desde lo más profundo de nuestros tuétanos. Son sensaciones repentinas pero que no se olvidan en un buen rato (a veces nunca), lo mismo sucede con momentos de alegría, de desesperación, de desamor y en este caso: de vértigo.  No sé me ocurre otra manera de describirlo. Estaba yo, cierta tarde, en determinada estación de la línea 2 esperando a una persona que.. hasta ese momento no sabía si sea realmente especial o sólo una especie de fijación por estar cerca de ella y formar parte de su círculo socio-fraternal (?). Quedamos de vernos con la clásica e inmortal indicación 'abajo del reloj a tales horas', y, ahí yacía mi humanidad (con las mejores garras posibles y disponibles en mi limitado roperito), de pie junto a una columna escuchando un poco de jazz-fusion en los audífonos, pensando en la inmortalidad del cangrejo y dedicándome a uno de mis hobbies favoritos, que es el de analizar a las personas que pasan, observar sus expresiones, ademanes, miradas, atuendos etc... Me gusta mucho el suponer o tratar de determinar qué es lo que están pensando en ese momento, a qué se dedican, si llevan prisa, si van de buenas, estresados, tristes, enojados o desesperados, entre otras cosas. También darme cuenta de la mafiota que se ha vuelto el comercio ambulante en los vagones del metro, perfectamente organizada (no me queda la más mínima duda), analizar si los policías realmente hacen su trabajo de vigilar o solo se pasean por el andén viendo las nalgas que corren a prisa para alcanzar las puertas abiertas de un vagón o salir corriendo de él porque van muy retrasadas. 
Así de patéticos o entretenidos (dependiendo de los puntos de vista en cada cráneo), son mis recorridos por el transporte público, las calles y grandes avenidas de esta peculiar ciudad. De esa forma es cómo me entretengo y los disfruto; sobre todo por la manera en que esos momentos se empalman, coinciden o se sincronizan misteriosamente con lo que mi reproductor bombardea mis tímpanos en esas determinadas circunstancias. Así es cómo estaba yo, esperando a una persona con quién tenía más de un año de no coincidir y con quién días previos tuve la oportunidad de organizarme para poder hacer algo juntos esa tarde. Ahí estaba esperándola, recordando un poco esos días en que nos vimos con mayor frecuencia, pensando si tendría la misma apariencia como entonces yo la recordaba o tal vez había cambiado un poco el corte o color de pelo, aumentado o disminuido de peso, y, 'pus sí', también pensando si seguiría con el mismo atractivo que en muchas ocasiones me robó más de 7 ideas por segundo. De pronto, en el andén de enfrente, a lo lejos se manifiesta una figura que atrapó toda mi atención inmediatamente; una fémina de mediana edad, semi-delgada, cabello negro, semi-rizado, muy alta (casi de mi estatura), vistiendo una playera gris muy delgada, tennis converse y un pantalón de mezclilla con muchas partes deshilachadas. Osease, nada con lo que no que no te encuentres al andar en el metro o caminar por la calle ¿estamos de acuerdo?. El asunto fue que cuando mis pupilas la enfocaron, algo estremeció cada partícula de mi cuerpo, cómo pocas o tal vez nulas ocasiones eh sentido, percibí inmediatamente lo que, supongo, se debe de sentir cuando tu corazón se acelera y la adrenalina comienza a fluir por todo tu organismo. Lo peor del caso, es que realmente no me acuerdo de su cara, ni de que hubiera tenido alguna característica que me hubiera podido hipnotizar o impresionar se esa forma, solo puedo recordar un poco del cabello resbalando alrededor de su cuello y un andar muy pasivo y relajado, todo lo demás ocurrió en la mayor parte de mi organismo, incluso me cuestioné el motivo de mi reacción, puesto que en mi vida la había visto. Y si volvemos un poco a lo que mencioné con anterioridad, hay veces en que mi reproductor pareciera tener vida propia y fuera cómplice de esos momentos, mientras mi respiración y mi pulso estaban acelerados a la máxima potencia que podían soportar mis arterias, el aleatorio eligió el siguiente tema para que sonara justo en ese momento. 
Y, con todo lo anterior, yo también caigo en esas preguntas existenciales de niña bloggera que tanto critico al inicio de esta publicación.. Pero en lugar de darle vueltas al tema, prefiero ponerle play a esto y disfrutar cada sonido mientras en mi cabeza vuelvo a crear esa escena con ella caminando por el andén con esa contagiosa serenidad mientras mi pulso se acelera y la voy perdiendo de vista entre las dos unidades de transporte que llegan simultáneamente por cada extremo del pasillo a la vez que sonrío, suspiro y pienso que tal vez otro día me la pueda encontrar en el mismo vagón o pasillo y esta vez, si le vea bien la cara.



Por cierto, si llegó a quién esperaba, tomamos un café, platicamos, caminamos un largo rato, hubo recuerdos, nostalgias y un enorme abrazo. Pero mi mente no podía quitar su enfoque de esa silueta desfilando al otro del andén.


Eddie